martes, 26 de mayo de 2009

Donde solo existas tu




Eres importante en mi vida, ya nunca puedes faltar, no sin mi permiso...,¡si ya se!..., eres libre, pero me gusta creer que alguna vez te “encerrarás conmigo en un lugar mágico,
TÚ Y YO, el mar, el cielo, mi estrella, tu magia



”. ¿Sabes como será?..
Al atardecer caminaremos por un parque cogidos de la mano, hablaremos cosas importantes, la naturaleza, el amor, los sueños cumplidos, nuestras manos se acariciaran suavemente permitiéndonos sentir el calor del otro, seguiremos caminando hasta un lugar especial nosotros lo elegiremos.
Será para demostrarnos nuestro amor, para hacer el amor.



Al llegar allí nos miraremos y notaremos la magia, sólo te rozaré y cerrarás los ojos, dejarás de ser libre por un momento y me lo concederás a mi, serás mío por un instante, completamente mío, y te susurraré... lo que quiero:

Que seamos amantes, vas ha sentir mi calor...vas ha estar dentro de mi, voy a amarte te vendare los ojos y empezaré a rozar tu piel, y notaré como te estremeces, cuando mi boca y yo estemos acariciándote, admiraré tu cuerpo, lo desearé y dejaré que notes contra ti mi deseo, daré una vuelta a tu alrededor deslizando mi mano sobre tu pecho, sin tocarte, así notarás mi presencia,me quedaré en tu espalda y te abrazaré para desnudarte, poco a poco, botón a botón, tu camisa caerá a tus pies y aprovecharé para marcar tu perfil con mis manos, desde la cintura hasta el cuello, y empezaré a besar tu espalda y notarás el balanceo de mi cabeza mientras mordisqueo tus oídos y llegar a tu piel.

Te desnudaré totalmente y también lo haré yo.


Quiero notar tus músculos en tensión y quiero notes los míos también, hombre tierno, bello, desnudo, con tu cabeza inclinada hacia atrás, un pañuelo en tus ojos...todo para mi.

Me consumo por oírte gemir cuando entres en mi, pretendo anotar el ritmo acompasado de nuestros cuerpos, su aceleración su calor, su búsqueda del placer, deseo notar aumentar la tensión, me antojo ver tu cabeza moverse rápidamente de izquierda a derecha, quiero hagas fuerza para detenerme, morderte los labios, beberte,... comerte, anhelo sentir placer contigo, tu me darás y yo te daré también, y me enseñarás que estaba en lo cierto y me llenarás de paz al amarme, y tu te vaciaras en mi, sumiso, notarás mis contracciones de placer y dejaras de ser mío para ser yo, tuya.



Nos abrazaremos y reiremos, carcajadas de placer, y nos escuchara la naturaleza, nos animará el mar con su orquesta, y nos iluminaran la luna y las estrellas, la nuestra se apagara fugazmente haciéndonos un guiño. y un te quiero. Baby, sonará el resto de la noche..., apoyarás tu cabeza en mis piernas y yo sentada te contaré un cuento, uno de amor, para ti nadie lo habrá oído jamás porque lo crearé para ese momento, surgirá tras el deseo, como el sol sigue a la luna.

Dormirás mientras acariciaré tu cabeza, hasta el amanecer, entonces despertarás y lo admiraremos juntos,


NUESTRO,
ya será nuestro amanecer, nunca mas volverás a ver otro amanecer como aquel, tu y yo lo sabremos y por eso lo disfrutaremos al máximo,,, nos miraremos y volveremos a reír, Risas de Amor.




Paz luminosa.



"¡Paz, paz, paz! Paz luminosa.
Una vida de armonía sobre una tierra dichosa! "Rafael Alberti.
LA PAZ ES EL FUNDAMENTO MISMO DE LA VIDA.
Todos sabemos que si este mundo elige con acierto es decir:
elige la paz- este mundo se salvará.
También sabemos que las raíces solas no levantan un árbol:

hay que agregarles el abono y el riego.

Toda comunidad es un árbol. 
Es un árbol que necesita ser abonado con la paz y regado con el diálogo. Una comunidad sin paz enajena su identidad. 

Una comunidad sin tolerancia acaba aniquilando su destino. 

El respeto por el lugar donde se nace no puede prescindir del respeto por la vida del semejante, de todo semejante.

La muerte ha sido siempre, es hoy y será siempre, un acto irreparable. 
La regla más elemental de quien ame la paz, es decir, de quien ame sus raíces y a su propio destino, es saber que la muerte de un semejante nos aleja de todo, incluso de nosotros mismos.

De la paz, del diálogo, los fundamentos de la vida, nace todo futuro. De la violencia, de la muerte, sólo nace más muerte. La paz es revolucionaria.

La paz es el fundamento mismo de la vida, de la identidad, del destino.
Optar por la vida, por ese elemental e inmortal sentimiento que significa no querer morir, y no querer que nadie muera, es optar por nuestra tenacidad de amantes, de esposos, de hijos, de padres, de personas.


La paz es algo más que una necesidad política, la paz es algo más que una necesidad social :es cosa más visceral y más profunda: es el derecho a no querer morir y es el derecho, el sagrado derecho, a no entender jamás la violencia y la muerte.

Una comunidad que reclame su lugar en el mundo, que reclame su árbol, necesita de la paz, su alimento más venerado, más fraternal y más alegre. 

Sentir perpetuamente el amor a la paz es un requisito esencial a la propia autoestima. 

 Renunciar a la paz es sofocarse en la vergüenza. Renunciar al diálogo es negarse a crecer. Renunciar a la tolerancia es alejarse del destino. 

 En la paz, la discrepancia, cualquiera discrepancia, se convierte en diálogo, y sólo en el diálogo habitan la identidad y la alegría. En la paz todo es cierto.

Una verdad que recurra a la violencia deja de ser verdad para ser solamente violencia. La paz consiente, y más aún, estimula la libertad de todas las ideas, el acuerdo de toda discrepancia, el desarrollo de todo destino.

Cualquier verdad, cualquiera, que procure imponerse mediante la violencia, acaba convertida en mentira. 

El camino de la violencia no conduce al reino del porvenir ni configura el propio rostro sólo conduce al infierno del miedo, de la angustia, de la amargura y de la muerte.
Porque no es un lenguaje. La violencia es ruidosa, pero es muda, y a todo lo enmudece.

 La paz es silenciosa, pero habla y todas sus palabras tienden hacia la eternidad.
La violencia, además, es regresiva: siempre se vuelve contra quien la ejerce.

La paz camina lentamente, pero siempre en la misma dirección: hacia la tolerancia; el diálogo, el alivio infinito de la fraternidad. 

A fin de cuentas, el lenguaje entero se apoya únicamente en una solitaria, prodigiosa palabra: es la palabra amor.

La paz no es otra cosa que la hermana pequeña del amor. 

Pero cualquier comunidad que no ponga el amor en el centro de su horizonte, y en cada uno de los pasos de su camino, ha de saber que no camina, que va a ninguna parte.

 Ni siquiera conserva su pasado, porque sin paz incluso las raíces se secan, se confunden, se mueren.

Hoy, en este mundo torturado, una gota de paz, una sola gota de paz, es la puerta de la esperanza.

Desde que el mundo es mundo, esa gota de paz nos ha hecho humanos, duraderos, y nos ha socorrido de esperanza

. Y como dijo el poeta:
"Pido / la paz y la palabra".
Francisco Arias Solis
Siempre podemos hacer algo por la Paz y la 
Libertad


Imagina que no hay cielo, es fácil si lo intentas, ningún infierno bajo nosotros, sobre nosotros solo cielo, imagina a toda la gente, viviendo para hoy. 

Imagina que no hay países, no es difícil de hacer, nada por matar o morir, ni tampoco religión. imagina a toda la gente, viviendo la vida en paz.

Puedes decir que soy un soñador, pero soy el único, espero que algún ida te nos una, y el mundo sea uno.

Imagina nada de posesiones, me pregunto si puedes, ninguna necesidad de avaricia o ansias una hermandad del hombre, imagina a toda la gente compartiendo el mundo. Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único, espero que algún ida te nos unas, y el mundo será uno






miércoles, 20 de mayo de 2009

El Hombre Que Plantaba Árboles


El Hombre Que Plantaba Árboles




Este es un pequeño relato de Jean Giono que nos descubre la generosidad de un hombre con su entorno.
La sabiduría del saber esperar, la observación del entorno, la humildad, son valores poco habituales en nuestra época que necesitamos recuperar.

Hace cuarenta años hice un largo viaje a pie a través de montañas completamente desconocidas por los turistas, atravesando la antigua región donde los Alpes franceses penetran en la Provenza.

Cuando empecé mi viaje por aquel lugar todo era estéril y sin color, y la única cosa que crecía era la planta conocida como lavanda silvestre.

Cuando me aproximaba al punto más elevado de mi viaje, y tras caminar durante tres días, me encontré en medio de una desolación absoluta y acampé cerca de los vestigios de un pueblo abandonado.

Me había quedado sin agua el día anterior, y por lo tanto necesitaba encontrar algo de ella.Aquel grupo de casas, aunque arruinadas como un viejo nido de avispas, sugerían que una vez hubo allí un pozo o una fuente. 

La había, desde luego, pero estaba seca. Las cinco o seis casas sin tejados, comidas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla con su campanario desmoronándose, estaban allí, aparentemente como en un pueblo con vida, pero ésta había desaparecido.





Era un día de junio precioso, brillante y soleado, pero sobre aquella tierra desguarnecida el viento soplaba, alto en el cielo, con una ferocidad insoportable.
Gruñía sobre los cadáveres de las casas como un león interrumpido en su comida...
Tenía que cambiar mi campamento.

Tras cinco horas de andar, todavía no había hallado agua y no existía señal alguna que me diera esperanzas de encontrarla. En todo el derredor reinaban la misma sequedad, las mismas hierbas toscas.

Me pareció vislumbrar en la distancia una pequeña silueta negra vertical, que parecía el tronco de un árbol solitario. De todas formas me dirigí hacia él. Era un pastor.
Treinta ovejas estaban sentadas cerca de él sobre la ardiente tierra.

Me dio un sorbo de su calabaza-cantimplora, y poco después me llevó a su cabaña en un pliegue del llano. Conseguía el agua -agua excelente- de un pozo natural y profundo encima del cual había construido un primitivo torno.

El hombre hablaba poco, como es costumbre de aquellos que viven solos, pero sentí que estaba seguro de sí mismo, y confiado en su seguridad.
Para mí esto era sorprendente en ese país estéril.




No vivía en una cabaña, sino en una casita hecha de piedra, evidenciadora del trabajo que él le había dedicado para rehacer la ruina que debió encontrar cuando llegó.
El tejado era fuerte y sólido.
Y el viento, al soplar sobre él, recordaba el sonido de las olas del mar rompiendo en la playa. La casa estaba ordenada, los platos lavados, el suelo barrido, su rifle engrasado, su sopa hirviendo en el fuego.
Noté que estaba bien afeitado, que todos sus botones estaban bien cosidos y que su ropa había sido remendada con el meticuloso esmero que oculta los remiendos.
Compartimos la sopa, y después, cuando le ofrecí mi petaca de tabaco, me dijo que no fumaba. Su perro, tan silencioso como él, era amigable sin ser servil.

Desde el principio se daba por supuesto que yo pasaría la noche allí. El pueblo más cercano estaba a un día y medio de distancia.

Además, ya conocía perfectamente el tipo de pueblo de aquella región...
Había cuatro o cinco más de ellos bien esparcidos por las faldas de las montañas, entre agrupaciones de robles albares, al final de carreteras polvorientas.

Estaban habitadas por carboneros, cuya convivencia no era muy buena. Las familias, que vivían juntas y apretujadas en un clima excesivamente severo, tanto en invierno como en verano, no encontraban solución al incesante conflicto de personalidades.

La ambición territorial llegaba a unas proporciones desmesuradas, en el deseo continuo de escapar del ambiente.Los hombres vendían sus carretillas de carbón en el pueblo más importante de la zona y regresaban.

Las personalidades más recias se limaban entre la rutina cotidiana.

Las mujeres, por su parte, alimentaban sus rencores. Existía rivalidad en todo, desde el precio del carbón al banco de la iglesia.
Y encima de todo estaba el viento, también incesante, que crispaba los nervios.
Había epidemias de suicidio y casos frecuentes de locura, a menudo homicida.




Había transcurrido una parte de la velada cuando el pastor fue a buscar un saquito del que vertió una montañita de bellotas sobre la mesa.
Empezó a mirarlas una por una, con gran concentración, separando las buenas de las malas. Yo fumaba en mi pipa.
Me ofrecí para ayudarle. Pero me dijo que era su trabajo.

Y de hecho, viendo el cuidado que le dedicaba, no insistí. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando ya hubo separado una cantidad suficiente de bellotas buenas, las separó de diez en diez, mientras iba quitando las más pequeñas o las que tenían grietas, pues ahora las examinaba más detenidamente.

Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, descansó y se fue a dormir. Se sentía una gran paz estando con ese hombre, y al día siguiente le pregunté si podía quedarme allí otro día más. Él lo encontró natural, o para ser más preciso, me dio la impresión de que no había nada que pudiera alterarle. Yo no quería quedarme para descansar, sino porque me interesó ese hombre y quería conocerle mejor.

Él abrió el redil y llevó su rebaño a pastar. Antes de partir, sumergió su saco de bellotas en un cubo de agua. Me di cuenta de que en lugar de cayado, se llevó una varilla de hierro tan gruesa como mi pulgar y de metro y medio de largo.

Andando relajadamente, seguí un camino paralelo al suyo sin que me viera. Su rebaño se quedó en un valle.




Él lo dejó a cargo del perro, y vino hacia donde yo me encontraba.
Tuve miedo de que me quisiera censurarme por mi indiscreción, pero no se trataba de eso en absoluto: iba en esa dirección y me invitó a ir con él si no tenía nada mejor que hacer. Subimos a la cresta de la montaña, a unos cien metros. 

Allí empezó a clavar su varilla de hierro en la tierra, haciendo un agujero en el que introducía una bellota para cubrir después el agujero. Estaba plantando un roble. Le pregunté si esa tierra le pertenecía, pero me dijo que no. ¿Sabía de quién era?. No tampoco. Suponía que era propiedad de la comunidad, o tal vez pertenecía a gente desconocida.


No le importaba en absoluto saber de quién era. Plantó las bellotas con el máximo esmero. Después de la comida del mediodía reemprendió su siembra.

Deduzco que fui bastante insistente en mis preguntas, pues accedió a responderme.Había estado plantado cien árboles al día durante tres años en aquel desierto.

Había plantado unos cien mil.

De aquellos, sólo veinte mil habían brotado. De éstos esperaba perder la mitad por culpa de los roedores o por los designios imprevisibles de la Providencia. 
Al final quedarían diez mil robles para crecer donde antes no había crecido nada.




Entonces fue cuando empecé a calcular la edad que podría tener ese hombre.
Era evidentemente mayor de cincuenta años.
Cincuenta y cinco me dijo. Su nombre era Elzeard Bouffier.

Había tenido en otro tiempo una granja en el llano, donde tenía organizada su vida. Perdió su único hijo, y luego a su mujer. Se había retirado en soledad, y su ilusión era vivir tranquilamente con sus ovejas y su perro.


Opinaba que la tierra estaba muriendo por falta de árboles. Y añadió que como no tenía ninguna obligación importante, había decidido remediar esta situación.

Como en esa época, a pesar de mi juventud, yo llevaba una vida solitaria, sabía entender también a los espíritus solitarios.

Pero precisamente mi juventud me empujaba a considerar el futuro en relación a mí mismo y a cierta búsqueda de la felicidad. Le dije que en treinta años sus robles serían magníficos. Él me respondió sencillamente que, si Dios le conservaba la vida, en treinta años plantaría tantos más, y que los diez mil de ahora no serían más que una gotita de agua en el mar.


Además, ahora estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un semillero con hayucos creciendo cerca de su casita.





Las plantitas, que protegía de las ovejas con una valla, eran preciosas.
También estaba considerando plantar abedules en los valles donde había algo de humedad cerca de la superficie de la tierra.

Al día siguiente nos separamos.Un año más tarde empezó la Primera Guerra Mundial, en la que yo estuve enrolado durante los siguientes cinco años.


Un "soldado de infantería" apenas tenía tiempo de pensar en árboles, y a decir verdad, la cosa en sí hizo poca impresión en mí. La había considerado como una afición, algo parecido a una colección de sellos, y la olvidé.


Al terminar la guerra sólo tenía dos cosas: una pequeña indemnización por la desmovilización, y un gran deseo de respirar aire freco durante un tiempo.

Y me parece que únicamente con este motivo tomé de nuevo la carretera hacia la "tierra estéril".






El paisaje no había cambiado. Sin embargo, más allá del pueblo abandonado, vislumbré en la distancia un cierto tipo de niebla gris que cubría las cumbres de las montañas como una alfombra.
El día anterior había empezado de pronto a recordar al pastor que plantaba árboles. "Diez mil robles -pensaba- ocupan realmente bastante espacio
". Como había visto morir a tantos hombres durante aquellos cinco años, no esperaba hallar a Elzeard Bouffier con vida, especialmente porque a los veinte años uno considera a los hombres de más de cincuenta como personas viejas preparándose para morir...

Pero no estaba muerto, sino más bien todo lo contrario: se le veía extremadamente ágil y despejado: había cambiado sus ocupaciones y ahora tenía solamente cuatro ovejas, pero en cambio cien colmenas.

Se deshizo de las ovejas porque amenazaban los árboles jóvenes.
Me dijo -y vi por mí mismo- que la guerra no le había molestado en absoluto.

Había continuado plantando árboles imperturbablemente. Los robles de 1.910 tenían entonces diez años y eran más altos que cualquiera de nosotros dos.

Ofrecían un espectáculo impresionante. Me quedé con la boca abierta, y como él tampoco hablaba, pasamos el día en entero silencio por su bosque. Las tres secciones medían once kilómetros de largo y tres de ancho.

Al recordar que todo esto había brotado de las manos y del alma de un hombre solo, sin recursos técnicos, uno se daba cuenta de que los humanos pueden ser también efectivos en términos opuestos a los de la destrucción...

Había perseverado en su plan, y hayas más altas que mis hombros, extendidas hasta el límite de la vista, lo confirmaban. me enseñó bellos parajes con abedules sembrados hacía cinco años (es decir, en 1.915), cuando yo estaba luchando en Verdún.



Los había plantado en todos los valles en los que había intuido -acertadamente- que existía humedad casi en la superficie de la tierra.
Eran delicados como chicas jóvenes, y estaban además muy bien establecidos.

Parecía también que la naturaleza había efectuado por su cuenta una serie de cambios y reacciones, aunque él no las buscaba, pues tan sólo proseguía con determinación y simplicidad en su trabajo.

Cuando volvimos al pueblo, vi agua corriendo en los riachuelos que habían permanecido secos en la memoria de todos los hombres de aquella zona.
Este fue el resultado más impresionante de toda la serie de reacciones: los arroyos secos hacía mucho tiempo corrían ahora con un caudal de agua fresca.

Algunos de los pueblos lúgubres que menciono anteriormente se edificaron en sitios donde los romanos habían construido sus poblados, cuyos trazos aún permanecían.

Y arqueólogos que habían explorado la zona habían encontrado anzuelos donde en el siglo XX se necesitaban cisternas para asegurar un mínimo abastecimiento de agua.




El viento también ayudó a esparcir semillas.
Y al mismo tiempo que apareció el agua, también lo hicieron sauces, juncos, prados, jardines, flores y una cierta razón de existir.

Pero la transformación se había desarrollado tan gradualmente que pudo ser asumida sin causar asombro.

Cazadores adentrándose en la espesura en busca de liebres o jabalíes, notaron evidentemente el crecimiento repentino de pequeños árboles, pero lo atribuían a un capricho de la naturaleza. Por eso nadie se entrometió con el trabajo de Elzeard Bouffier.
Si él hubiera sido detectado, habría tenido oposición.

Pero era indetectable.

Ningún habitante de los pueblos, ni nadie de la administración de la provincia, habría imaginado una generosidad tan magnífica y perseverante.
Para tener una idea más precisa de este excepcional carácter no hay que olvidar que Elzeald trabajó en una soledad total, tan total que hacía el final de su vida perdió el hábito de hablar, quizá porque no vio la necesidad de éste.

En 1.933 recibió la visita de un guardabosques que le notificó una orden prohibiendo encender fuego, por miedo a poner en peligro el crecimiento de este bosque natural.

Esta era la primera vez -le dijo el hombre- que había visto crecer un bosque espontáneamente. En ese momento, Bouffier pensaba plantar hayas en un lugar a 12 km. de su casa, y para evitar las ideas y venidas (pues contaba entonces 75 años de edad), planeó construir una cabaña de piedra en la plantación.

Y así lo hizo al año siguiente. En 1.935 una delegación del gobierno se desplazó para examinar el "bosque natural".





La componían un alto cargo del Servicio de Bosques, un diputado y varios técnicos.
Se estableció un largo diálogo completamente inútil, decidiéndose finalmente que algo se debía hacer... y afortunadamente no se hizo nada, salvo una única cosa que resultó útil: todo el bosque se puso bajo la protección estatal, y la obtención del carbón a partir de los árboles quedó prohibida.

De hecho era imposible no dejarse cautivar por la belleza de aquellos jóvenes árboles llenos de energía, que a buen seguro hechizaron al diputado.Un amigo mío se encontraba entre los guardabosques de esa delegación y le expliqué el misterio.

Un día de la semana siguiente fuimos a ver a Elzeard Bouffier.

Lo encontramos trabajando duro, a unos diez kilómetros de donde había tenido lugar la inspección. El guardabosques sabía valorar las cosas, pues sabía cómo mantenerse en silencio. Yo le entregué a Elzeard los huevos que traía de regalo.


Compartimos la comida entre los tres y después pasamos varias horas en contemplación silenciosa del paisaje... En la misma dirección en la que habíamos venido, las laderas estaban cubiertas de árboles de seis a siete metros de altura.





Al verlos recordaba aún el aspecto de la tierra en 1.913, un desierto... y ahora, una labor regular y tranquila, el aire de la montaña fresco y vigoroso, equilibrio y, sobre todo, la serenidad de espíritu, habían otorgado a este hombre anciano una salud maravillosa.

Me pregunté cuántas hectáreas más de tierra iba a cubrir con árboles. Antes de marcharse, mi amigo hizo una sugerencia breve sobre ciertas especies de árboles para los que el suelo de la zona estaba especialmente preparado.

No fue muy insistente; "por la buena razón -me dijo más tarde- de que Bouffier sabe de ello más que yo".
Pero, tras andar un rato y darle vueltas en su mente, añadió: "¡y sabe mucho más que cualquier persona, pues ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz!".
Fue gracias a ese hombre que no sólo la zona, sino también la felicidad de Bouffier fue protegida.




Delegó tres guardabosques para el trabajo de proteger la foresta, y les conminó a resistir y rehusar las botellas de vino, el soborno de los carboneros.
El único peligro serio ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial.
Como los coches funcionaban con gasógeno, mediante generadores que quemaban madera, nunca había leña suficiente.

La tala de robles empezó en 1.940, pero la zona estaba tan lejos de cualquier estación de tren que no hubo peligro. El pastor no se enteraba de nada. Estaba a treinta kilómetros, plantando tranquilamente, ajeno a la guerra de 1.939 como había ignorado la de 1.914. Vi a Elzeard Bouffier por última vez en junio de 1.945.







Tenía entonces ochenta y siete años.
Volví a recorrer el camino de la "tierra estéril"; pero ahora en lugar del desorden que la guerra había causado en el país, un autobús regular unía el valle del Durance y la montaña.

No reconocí la zona, y lo atribuí a la relativa rapidez del autobús...

Hasta que vi el nombre del pueblo no me convencí de que me hallaba realmente en aquella región, donde antes sólo había ruinas y soledad.El autobús me dejó en Vergons.

En 1.913 este pueblecito de diez o doce casas tenía tres habitantes, criaturas algo atrasadas que casi se odiaban una a otra, subsistiendo de atrapar animales con trampas, próximas a las condiciones del hombre primitivo.

Todos los alrededores estaban llenos de ortigas que serpenteaban por los restos de las casas abandonadas. Su condición era desesperanzadora, y una situación así raramente predispone a la virtud.



Todo había cambiado, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos que solían soplar, ahora corría una brisa suave y perfumada.
Un sonido como de agua venía de la montaña. Era el viento en el bosque; pero más asombro era escuchar el auténtico sonido del agua moviéndose en los arroyos y remansos.

Vi que se había construido una fuente que manaba con alegre murmullo, y lo que me sorprendió más fue que alguien había plantado un tilo a su lado, un tilo que debería tener cuatro años, ya en plena floración, como símbolo irrebatible de renacimiento.


Además, Vergons era el resultado de ese tipo de trabajo que necesita esperanza, la esperanza que había vuelto. Las ruinas y las murallas ya no estaban, y cinco casas habían sido restauradas.Ahora había veinticinco habitantes.

Cuatro de ellos eran jóvenes parejas. Las nuevas casas, recién encaladas, estaban rodeadas por jardines donde crecían vegetales y flores en una ordenada confusión. Repollos y rosas, puerros y margaritas, apios y anémonas hacían al pueblo ideal para vivir.




Desde ese sitio seguí a pie. La guerra, al terminar, no había permitido el florecimiento completo de la vida, pero el espíritu de Elzeard permanecía allí.
En las laderas bajas vi pequeños campos de cebada y de arroz; y en el fondo del valle verdeaban los prados. Sólo fueron necesarios ocho años desde entonces para que todo el paisaje brillara con salud y prosperidad.

Donde antes había ruinas, ahora se encontraban granjas; los viejos riachuelos, alimentados por las lluvias y las nieves que el bosque atrae, fluían de nuevo. Sus aguas alimentaban fuentes y desembocan sobre alfombras de menta fresca.


Poco a poco, los pueblecitos se habían revitalizado. Gentes de otros lugares donde la tierra era más cara se habían instalado allí, aportando su juventud y su movilidad.

Por las calles uno se topaba con hombres y mujeres vivos, chicos y chicas que empezaban a reír y que habían recuperado el gusto por las excursiones.





Si contábamos la población anterior, irreconocible ahora que gozaba de cierta comodidad, más de diez mil personas debían en parte su felicidad a Elzeard Bouffier.
Por eso, cuando reflexiono en aquel hombre armado únicamente por sus fuerzas físicas y morales, capaz de hacer surgir del desierto esa tierra de Canaan, me convenzo de que a pesar de todo la humanidad es admirable.

Cuando reconstruyo la arrebatadora grandeza de espíritu y la tenacidad y benevolencia necesaria para dar lugar a aquel fruto, me invade un respeto sin límites por aquel hombre anciano y supuestamente analfabeto, un ser que completó una tarea digna de Dios. (Elzeard Bouffier murió pacíficamente en 1.947 en el hospicio de Banon).


Jean Giono.


martes, 19 de mayo de 2009

La mitad de la belleza, depende del paisaje; y la otra mitad, de la persona que la mira...

Pasear por la creación con los sentidos despiertos es una manera de experimentar quietud en la naturaleza dice Anselm Grun, enseñándonos que hay otras formas de encontrar sosiego en ella.

Muchas personas ya tienen su rincón preferido en la naturaleza, en el parque o debajo de un árbol con el cual se identifican para contemplar el paisaje.

Algunos lugares desbordan una profunda paz interior.

Cuando se acude a su lugar favorito se siente una profunda paz interior que nos lleva y nos da gozo pleno de la vida.

El propio paisaje es pura ternura y paz.
Igual si salimos fuera de la ciudad, al campo, y solo con contemplar los cultivos, sus caseríos, surge automáticamente en nosotros una sensación de seguridad y pertenencia, de ser acogidos y sostenidos por el poder de la naturaleza y poco a poco nos vamos arraigando a respetarle y protegerlo, ya que ellos nos entregan muchas vivencias y sabidurías para nuestro bienestar.

 En ocasiones son lugares energéticos que hacen bien a las personas que lo visitan. Irradian algo muy determinado.

No sabemos a qué se debe, pero son lugares que nos interpelan directamente, que nos transmiten la sensación de estar rodeados de algo más poderoso que nosotros.

Es interesante pasear por estos sitios que nos suscitan un sentimiento intenso, ya que pertenece al ámbito de lo inefable, es decir que no podemos explicar con palabras lo que nos sucede. Se adueña de todo nuestro ser, desencadenando una impresión sutil, misteriosa.

¿Pero de que se trata este fenómeno?

Son las fuerzas abrumadoras de la naturaleza, allí está presente el alma de la naturaleza que se funde con nosotros. Es una evocación de la historia, está allí el espíritu de un lugar más elevado y tales momentos quedan grabados en el recuerdo como un estado de excepción, como percepciones no tanto de otra realidad cuanto del invisible misterio de la realidad.

Son momentos de intensa plenitud.

Desde tiempos inmemoriales, el bosque ha influido de forma distintiva en las personas.

El bosque nos infunde la sensación de estar protegidos.

En los sueños, representa el inconsciente.

Cuando nos hallamos dentro de un bosque entramos en contacto con ámbitos de nuestro inconsciente que, de otro modo, no percibiríamos.

El tipo de bosque no carece de influencia en nuestra sensibilidad. Algunos árboles como el eucalipto nos da la sensación de una fragancia que nos penetra hasta lo más profundo, otros árboles por su corpulencia nos hacen partícipes de la fuerza que ellos poseen.

Pero el bosque, sea cual sea, siempre nos lleva a sentirnos protegidos, siempre nos permiten participar en su misterio, en su quietud, pero también en su profundidad y extensión.

Lo que cada cual experimente en su lugar de quietud depende de las vivencias de la infancia. Donde de niño experimentará sosiego.

Allí lo experimentará también de adulto.

Cuántas veces nos viene al recuerdo las vacaciones escolares cuando nos llevaban a pasar en el campo, recogiendo frutas silvestres, bañándonos de los ríos, gozando de la calma que nos brindaban los bosques, nos sentíamos protegidos y volvíamos más fuertes con esa calma veraniega que nos envolvía y nos fortalecía para continuar los estudios.

Y así los que hemos tenido la suerte de experimentar el sosiego de los bosques siempre surge al interior de nosotros ese gran anhelo de volver a sentir, a experimentar esas quietudes, a percibir la serenidad en nuestro yo interno en medio de las turbulencias de la vida.

Todo ello nos deja marcado para siempre y muchas veces hallándonos lejos de los bosques de nuestra infancia, podemos retornar a ellos, tumbándonos en dondequiera que estuviésemos, cerramos los ojos y dirigimos nuestro espíritu a aquel bosque con el que estábamos familiarizado por las experiencias de antaño.

Así volveremos a experimentar los sonidos, los olores, el misterio que encierra y veremos como ningún ruido nos molestará sintiendo en calma y envolviéndonos de felicidad y fascinación por la vida.

El agua Para otros, lo relajante es sentarse a la orilla de un lago, de un río, en la playa del mar.

Allí podemos pasar horas sentados escuchando la sinfonía del agua que fluye serenamente.

¿Que tiene el agua que le hace tan sedante?

Es tranquilizador por una parte, el fluir de un río, el murmullo de un pequeño arroyo interpela a los estratos más profundos del alma.

Cuando nos sentamos a la orilla de un lago y lo contemplamos, entramos en contacto con nuestra alma. Por eso en los sueños, el agua suele ser la imagen del inconsciente.

Al mirar el agua, al sentirlo con nuestros sentidos nos profundizamos en nuestra inconsciente y simbolizamos que nuestra vida no se ha secado.

Contemplar el movimiento del agua, el sonido que provoca, enseguida nos viene esa virtud sedante, nos produce fascinación de contemplar y establecemos asociaciones de promesas con la vida y de los frutos que daremos a la humanidad.

Todo lo entumecido cobra vida, lo endurecido se ablanda y el agua, que oscila de aquí a allá nos transmite una sensación de protección.

Nos invita a dejarnos sostener y acunar en ella. Tal vez nos recuerde el estado originario en el seno materno, donde también estábamos abrigados por el agua.

El agua es fascinante porque es blanda, flexible y tolerante.

No tiene aristas pronunciadas. Por eso es un elemento de;reconciliación.

Aquí deviene literalmente tangible, al menos como sueño, lo que con tanta vehemencia se desea: la destrucción de los muros que nos separan de los demás.

Una mirada al lago, al mar es una mirada a los lejanos horizontes de una fraternidad sin reservas. También podemos asociar con un sentimiento de buscar la profunda soledad.

Eso podemos experimentar al ir a un solitario lago enclavado en las altas montañas, cuyos caminos de acceso sean difíciles para llegar.

Así solos con el lago nos vendrán pensamientos en el que estamos siendo observados por un inquietante ojo de la naturaleza.
Así viviremos junto a ese lago solitario nuestras propias experiencias y entraremos en contacto con la propia alma.

El lago nos mira y nos hace abrir los ojos para que nos asomemos a la profundidad de nuestro ser y descubrir allí la esencia de nuestra alma.

Es un idilio entre el lago y nosotros. Igualmente el mar ejerce en las personas una fascinación singular.

Podemos permanecer horas y horas sentados a la orilla sin cansarnos de contemplar la extensión y la fuerza del mar, en especial cuando hay tormentas las olas se levantan y luego rompen, produciéndose un espectáculo sublime al ver como el agua se agita, transmitiéndonos energías fabulosas.

También al caminar por la playa y exponernos a los bramidos del mar, nos resulta relajante y sanador ya que somos participes de la infinitud.

 Pero no solo el lago o el mar tienen un distintivo poder de fascinación, sino también el río. Cuando contemplamos el fluir del río, nos vienen a la mente ideas diversas, todo se relativiza, todo fluye, no podemos retener nada e igualmente los problemas se relativizan.

Ante nuestros ojos continúa fluyendo y desvaneciéndose y cobramos conciencia de que el río que estamos contemplando lleva milenios fluyendo.

Vemos su historia y como ha sobrevivido a ella. Fluye y fluye, sin embargo mantiene su misma personalidad, es el mismo, aunque sus aguas están en constante cambio, y eso nos deja una lección mostrándonos el misterio de nuestras vidas, de mi historia, ya que seguirá existiendo cuando muramos.

Pero también es una promesa de que él nos impulsa hacia la meta, ya que pese a todos los obstáculos que encuentra llega a su meta, que es entregar generosamente su agua al mar. El fluir del río tiene en sí algo tranquilizador.
Sosiega los sentimientos agitados.

Alcanzamos la quietud y el flujo de las aguas que arrastran todo el lastre nos hace pensar que debemos arrancar de nosotros todos los problemas, pesares, inquietudes y sufrimientos para que el agua del olvido se lleve y así quedar purificados y ser amados incondicionalmente y así poder regresar a casa refrescados, depurados, renovados como el agua que fluye sin receso.